06/02/08

"...que se cae, que se cae..."

La cleta, la baika, la bicla, la bici, son algunos nombres para denominar al medio de transporte personal —para mi gusto— más chido que existe, tiene la capacidad de llevarte a cualquier lugar con un mínimo de esfuerzo y lo único que realmente se necesita es tener equilibrio.

Mi primer recuerdo de ir montado en una bici es en la parte trasera, en un artilugio en forma de asiento que mi papá le puso a su bici de carreras en la que me llevaba a la primaria, cabe destacar en esta historia que mi sacrosanto padre sorteaba coches, motos y porqué no tremendos camiones de la extinta Ruta 100, todo esto sobre calzada Zaragoza, yo veia horrorizado las llantotas pasar a centímetros de nosotros, pero mi papá iba manejando... NADA podía pasarnos; parecida era la experiencia con mi hermano el negro, pero en una bici más chica, con mi asiento adelante y sólo íbamos por las tortillas o paseábamos en chapultepec (ver foto en el primer post del kiosco).

Mi papá fue quien me enseño a andar en bici, ni madre que con rueditas de protección pa que no se caiga el niño, la dinámica era: el montañesito (recuerden que tenía como 6 años) se subía a la bici, mi papá me agarraba del asiento para darme confianza y equilibrio, entonces pedaleaba y traía a mi papá corriendo a mi lado y le decía "no me sueltes, no me sueltes", y cuando él creía que ya le había agarrado la onda (o se cansaba no sé) me soltaba, y claro cuando dejaba de sentirlo cerca, empezaba a hacerme como la canción del chivo en bicicleta y al piso, una y otra y otra vez, ya mi papá había agotado sus palabras de aliento, de fuerza, de regaño, jajaja pobre seguro creía que su pequeño vástago no apendería jamás, pero como en muchas cosas, en lo que parecía ser el último intento mis manos afianzaron con fuerza el volante, mi cuerpo se acomodó, sentí por primera vez el baivén de los pedales en mis piernas y cuando mi papá me soltó... no pasó nada, el pavimento no volvió a encontrarse con mis rodillas, sólo una maravillosa sensación de logro y de seguridad, ¡¡¡podía llegar hasta donde quisiera!!!, claro siempre y cuando no saliera del estacionamiento de la unidad.

Nunca me porté tan bien como para que los reyes me trajeran una bici nueva, ps qué al cabo que ni quería y de todos modos podía utilizar la de mi hermano y cuando crecí mi papá tuvo que aflojar la suya, y hablando de aflojar, el negro (mi hermano) se paseaba por su secundaria con la bici de mi jefe y se besuqueaba con dos chamacas, una a la vez, tampoco es que fuera tan promiscuo mi carnal, y no voy a ahondar más en esa historia porque no me pertenece.

Ya cuando era un señor profesionista me dio por irme a trabajar en... (pues en qué más si estamos hablando de las bicis), el trayecto era San Pedro Iztacalco - Mixcoac, tenía que salir con 40 minutos de anticipación para llegar a buena hora, pero prefería eso a andar lidiando con el señor microbusero, bueno la verdad es que seguía lidiando con ellos, pero al menos no tenía que pagarles, la vida era maravillosa en esa bici (que seguía siendo prestada), iba y venía a mi antojo, pasé incontables veces por topes, baches, banquetas, ejes viales... hasta que un día justo en el eje 4 (Xola pa' los que no se los sepan por número) saliendo del paso a desnivel que cruza tlalpan pedaleaba tan contento como siempre y vi que una camioneta de carga se incorporaba a donde yo venía, tenía todo un carril para pasar, además de que yo me hice hacia la izquierda para darle más espacio, pero creo que pensó que sería divertido dejarme ir la lámina y me alcanzó a pegar en el manubrio con la parte trasera de la caja, y el resultado fue muy obvio, los huesos del montañes (ya tenía 21 años) rodando y patinando por justo enmedio de un eje de 5 carriles de ancho, la verdad no me dio miedo la caida, sino los coches que por venir de un tunel de abajo hacia arriba no me verían y terminarían por arrollarme, afortunadamente todo esto pasó durante un alto para los coches, así que con la ayuda de mi amiga la adrenalina me levanté en chinga agarré la bici y corrí a la banqueta, donde estaba un señor que vio todo y que le gritaba hasta de lo que se iba a morir al wey de la camioneta, lo cual me hizo saber que yo no había tenido la culpa, me preguntó que si estaba bien, me revisé y sólo tenía unos cuantos raspones en los codos y el las manos, a la bici sólo se le había enchuecado el manubrio, así que se lo enderezé y volví al camino, no por macho sino porque no tenía de otra y ya estaba muy cerca de mi casa, y claro cuando llegué a ella me desbaraté, sentí mucho miedo y lloré un chingo, mi hermana Susy fue por mí y me consoló... una semana después se robaron la bicicleta, malos días para mi vida como ciclista.

El seis de enero pasado los reyes por fin se dieron cuenta de que no soy tan malo (después de 28 años los weyes!!!) y me trajeron una bici rete chida, ahora ya no tengo que lidiar con los locos de la Ciudad de México, sino con los de Cancún, pero bueno mi trabajo está a sólo 10 minutos de mi casa así que es mucho más leve, además de que es una buena manera de hacer un poco de ejercicio y de no gastar gasolina, pero la razón principal es que cada vez que me subo a una bici vuelvo a ser niño y me siento como la primera vez que mi papá me soltó y no caí, mis manos se afianzan al manubrio... y sonrío.

Saludos y abrazos