02/01/08

En esta esquinaaaaa....!!!!!


Las máscaras, las cabelleras, los uniformes llamativos, los vuelos en todo lo alto, la hurracarrana, la de a caballo, la quebradora, el candado al cuello, los topes, la plancha y hasta el prohibido martinete son parte de la lucha libre; pero en esta ocasión no hablaré de los heroes míticos de este deporte, si no de las luchas que sostuve con mi hermano el negro.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que jugué "luchitas" con mi hermano, pero puedo suponer que empezamos cuando él (que era más grande de edad y tamaño) me agandallaba, y en algún momento comencé a defenderme, tal vez eso le hizo gracia y encontró el pretexto perfecto para seguir agandallándose, hasta que aquello se volvió nuestro juego favorito.

Nunca en los primeros años de combate pude ganarle, cuando tienes 8 años y él tiene 14 la diferencia es clara, pero eso no le impidió torcerme, apachurrarme, aventarme, darme topes y aplicarme cuanta llave aprendía de las luchas de la tele, incluso los días que no quería despertar me levantaba con la frase "se sube a la segunda, a la tercera y vueeeeela", al principio sólo sentía el apachurrón en mi pobre pancita, después ya sólo con decir las primeras palabras de tan temida frase, estaba yo al otro de la casa completamente despierto.

En una ocasión cuando yo ya estaba un poco más grande y me defendía un poco más comenzamos a jugar como de costumbre, molestándonos, aventándonos cosas, hasta que nos prensábamos y ahí empezaba la lucha hasta que alguien se rindiera (no hace falta decir que era yo el que siempre se rendía). Pero en esta ocasión en especial yo ya estaba harto de perder y siempre era por una estúpida torcida de brazo o de mano, incluso de dedo, la cosa es que me aplicó un castigo en el brazo del que ya no podía zafarme, pero no podía darme por vencido, no otra vez, y por más que bufé, me moví y patalee, sólo logré lastimarme más, y aunque él me decía "ya ríndete" lo único que podía decir era NO, hasta que no pude aguantar más y con lágrimas en los ojos dije la tan odiada frase "me rindo".

Pasó algún tiempo para que volviéramos a luchar pues el creía que yo no me aguantaba, el muy cabrón!!!!, hasta que un día en un arranque de masoquismo estúpido le dije "ya, ya me aguanto" (y obvio sabía lo que me esperaba). 

Pasaron otros tantos meses de "torcidas y me rindos", pero ya no me enojaba, al contrario empecé a aprender de mis errores y a intentar no cometerlos de nuevo, así que con las nuevas cosas que iba aprendiendo y un rápido desarrollo adolescente, la situación se emparejaba, hasta que el día glorioso llegó... estábamos tratando de torcernos los brazos y en un movimiento violento se pegó en el codo con un mueble y se le durmió todo el brazo, a lo cual con cara de espanto dijo "espérate, espérate" —espérate, madres— era mi oportunidad así que me abalancé con un tope fulminante, lo planché, le torcí el brazo bueno (con el otro no podía defenderse) y le hice la pregunta de rutina (reservada hasta ese momento para él), "¿te rindes?", nunca olvidaré esa cara de "putayamechingóestecabrón" y con todo el dolor de su corazón y de su brazo claro está, se rindió... fanfarrias, gritos de júbilo, le gané, no importa si había sido con un golpe de suerte, le había ganado al tantos años invencible.

El resto de las "luchitas" transcurrieron casi siempre con el resultado adverso para mí, hasta que empecé a estar más fuerte y más grande, lo único malo es que él también se hizo más escurridizo, entonces era un desmadre poder ganarle, pero poco a poco empezó a ser así, aunque a veces la lucha se acababa por agotamiento mutuo, luchábamos hasta no tener aliento, estar empapados de sudor y con la cabeza a punto de reventar.

Mamá nos prohibió luchar dentro de la casa, cuando por una plancha maravillosamente aplicada, rompimos la pata de su cama; ya mi hermano casado luchábamos en su cama king size que luego teníamos que tender por temor a las represalias conyugales; más tarde luchamos en la playa ¡enmascarados!; en el jardín de casa de mis suegros (mi suegra pensó que su hija se había casado con un demente), en fin que casi no ha quedado lugar sin que le demos una buena inaugurada con unas buenas luchitas.

Ahora la distancia ya no nos deja luchar, pero siempre recordaré con mucho gusto ese pasatiempo que nos unió como hermanos y nos afirmó como amigos.

Saludos y besos enmascarados.